Hay muchos mitos pero no hay una verdad cierta: cada persona tiene necesidades distintas
Lo que sí está claro, es que ducharse de forma poco adecuada, puede afectar a nuestra salud
Influye desde el tipo de piel, la edad, el estilo de vida o incluso el clima de nuestra zona
Para mantener una adecuada higiene personal, la ducha juega un papel fundamental. Este hábito no solo es esencial para el cuidado del cuerpo, sino que también ofrece numerosos beneficios para la salud física y el bienestar general. Sin embargo, surgen preguntas: ¿es saludable ducharse todos los días? ¿Y qué ocurre si lo hacemos más de una vez al día? La ciencia nos ayuda a responder estas inquietudes.
Cuando se realiza de manera equilibrada, sin excesos ni carencias, ducharse es una práctica esencial para cuidar tanto el cuerpo como la mente. Sin embargo, como en todo, es importante encontrar el punto justo, y la ciencia tiene algunas recomendaciones al respecto.
La ducha perfecta
Pocas cosas son tan incómodas como estar en un autobús lleno y percibir un “aroma” que refleja una falta de higiene. Esto se acentúa especialmente en verano, cuando el calor y el sudor hacen que una buena higiene sea aún más necesaria. Lo mismo ocurre después de realizar ejercicio físico.
Aunque no existe una cifra oficial sobre cuántas veces es ideal ducharse, los especialistas coinciden en que hacerlo diariamente no es perjudicial para la salud. Sin embargo, más que la frecuencia, el factor clave es la duración de las duchas. Muchos expertos sugieren que estas no deberían exceder los cinco minutos para evitar efectos negativos en la piel.
Por ejemplo, la American Academy of Dermatology (AAD) recomienda a los padres que la frecuencia de las duchas en los niños dependa de cuán sucios estén o del olor que puedan desprender. Si estas condiciones no son significativas, sugieren bañarlos al menos una o dos veces por semana en el caso de los niños de entre 6 y 11 años. Según ganamos años, sobre todo a partir de los 12 años, estas recomendaciones cambian, ya que no existen directrices oficiales específicas para los adolescentes.
Durante la infancia, la frecuencia del baño tiene que ver con el desarrollo del sistema inmunológico, que necesita cierta exposición a bacterias y pequeñas dosis de virus e infecciones para fortalecerse. Así lo confirma Robert Shmerling, reumatólogo de la Escuela de Medicina de Harvard, en un artículo para dicha institución. Sin embargo, a medida que crecemos, esta necesidad desaparece, y el objetivo principal del baño se centra en eliminar el mal olor.
La realidad es que probablemente no necesitemos ducharnos tanto como pensamos. No existe una norma universal sobre cuántas duchas son necesarias, ya que cada persona tiene necesidades distintas. Además, las decisiones sobre la frecuencia de baño suelen estar influidas por factores sociales, personales y de salud.
Según Shmerling, la ducha está estrechamente relacionada con la microbiota y con la fina capa de grasa que recubre nuestra piel, cuya función principal es protegernos de posibles amenazas microscópicas. Es precisamente ahí donde radica el riesgo.
¿Nos duchamos demasiado? Numerosos expertos asocian el exceso de higiene con un aumento en la incidencia de alergias en los países desarrollados. Esta teoría sugiere que los sistemas inmunológicos pierden eficacia frente a las amenazas externas debido a que una piel debilitada por duchas excesivas y el uso intensivo de productos de limpieza se vuelve más frágil y propensa a pequeñas fisuras. Estas fisuras pueden facilitar la entrada de patógenos al organismo.
La capa de grasa y los aceites naturales que cubren nuestra piel funcionan como una barrera protectora contra agentes externos, como bacterias, contaminación o radiación solar, ayudando a prevenir infecciones e irritaciones. Sin embargo, ducharse en exceso puede comprometer esta defensa natural, debilitándola.
La clave no está en la frecuencia, sino en cómo nos duchamos. Aunque no es necesario llegar a extremos como los propuestos por James Hamblin, médico y profesor en la Escuela de Salud Pública de Yale, quien en un artículo para The Atlantic sugiere que dejar de ducharse puede ser una buena idea, la ciencia señala que el verdadero secreto está en nuestros hábitos durante cada ducha. Es decir, cuánto tiempo pasamos bajo el agua y en qué condiciones lo hacemos.
Según los dermatólogos, la temperatura del agua es un aspecto fundamental. Ni demasiado fría ni excesivamente caliente. Usar agua muy caliente puede eliminar los aceites naturales de la piel, debilitando su barrera protectora. Por el contrario, el agua fría puede dificultar una limpieza adecuada al cerrar los poros, impidiendo que las impurezas se eliminen por completo. Por esta razón, la mejor opción es usar agua tibia o templada, que garantiza una limpieza eficaz mientras cuida la salud de la piel.
El tiempo que dedicamos a ducharnos también es un factor clave. Permanecer demasiado tiempo bajo el agua puede tener un impacto negativo en la piel. Según estudios, el tiempo óptimo para una ducha se sitúa entre tres y cinco minutos, suficiente para lograr una limpieza efectiva. En el caso de personas con cabello largo, este tiempo puede extenderse ligeramente, pero, en general, se recomienda mantener las duchas breves para evitar daños y preservar la salud de la piel.
Los expertos coinciden en sus recomendaciones. Los dermatólogos suelen sugerir ducharse entre cuatro y cinco veces por semana como una práctica adecuada para la mayoría de las personas. Sin embargo, como se ha mencionado, esta frecuencia puede variar dependiendo de las necesidades individuales y el estilo de vida de cada persona. Por ejemplo, quienes practican ejercicio físico intenso o trabajan en ambientes donde están expuestos a polvo o suciedad pueden necesitar ducharse con mayor regularidad para mantener una buena higiene.
De este modo, la frecuencia con la que nos duchamos puede verse influenciada por diversos factores, como el tipo de piel, la edad, el estilo de vida o incluso el clima de la región en la que vivimos.
- Tipo de piel: las personas con piel seca o sensible deben reducir la frecuencia de los baños para evitar agravar la sequedad, ya que los aceites naturales que protegen la piel se eliminan con facilidad.
- Estilo de vida: aqellos que realizan actividades físicas intensas o trabajos exigentes tienden a acumular más sudor y suciedad, lo que hace necesario ducharse más a menudo.
- Clima: en regiones cálidas y húmedas, el sudor y la grasa en la piel son más habituales, por lo que se recomienda aumentar la frecuencia de las duchas.
- Edad: a medida que envejecemos, la piel se vuelve más frágil y pierde capacidad para retener la humedad. Las personas mayores pueden beneficiarse de duchas menos frecuentes para evitar la resequedad.
Cuidar el medio ambiente. Pero por si esto no es bastante, hay que hablar también del ahorro de agua. Se calcula que una ducha de cinco minutos consume entre 50 y 100 litros de agua y en una situación como la actual, con una sequía que no termina de curarse, es un aspecto determinante. Estas cifras equivalen a un número que va del 35,6 al 75,8% del consumo de nuestro hogar.
Para concluir, son diversos los factores que determinan la frecuencia con la que optamos por ducharnos, como las normas sociales, la percepción de nuestro olor corporal, las condiciones climáticas o incluso el interés en reducir el consumo de agua. Sin embargo, si nos enfocamos exclusivamente en criterios de salud, el punto óptimo podría ser menor que el que muchas personas consideran parte de su rutina habitual.
Foto de portada | Kaboompics
Vía | La Razón
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