Seguro que sí. Todos sabemos escuchar música. Precisamente, una de las cualidades más importantes de esta forma de expresión artística es que no es imprescindible tener conocimientos «formales» para disfrutarla. Por supuesto, alguien versado en música clásica, por ejemplo, podrá apreciar mejor los matices de un concierto en particular, y, en cierta medida, disfrutarlo más. Lo mismo alguien que sabe mucho de jazz. O de rock. O de cualquier otro género. Pero no es imprescindible.
En este post nos gustaría hablaros de dos formas de escuchar música utilizadas con frecuencia por muchos audiófilos, y también por bastantes melómanos, para analizar la calidad de un equipo de música, que no es otra cosa que su capacidad de reconstruir de una forma lo más fidedigna posible el acontecimiento musical original.
Poner en práctica estos dos métodos requiere un poco de esfuerzo. Al menos al principio. Pero es igual que aprender a conducir. O a andar en bicicleta. Al principio es casi imposible disfrutar porque uno se siente avasallado por la cantidad de estímulos a los que hay que prestar atención. Pero, después, con la práctica, todo eso queda en un segundo plano, y la mayor parte de las personas consigue disfrutar sin esfuerzo. Con la música sucede exactamente lo mismo.
Sigue la melodía
Este es el nombre del primer método que os vamos a proponer. Fue ideado hace varias décadas por Ivor Tiefenbrun, el fundador de Linn, una compañía escocesa que fabrica componentes de Alta Fidelidad de excepcional calidad. Explicar en qué consiste es mucho más fácil que ponerlo en práctica. De hecho, se trata de intentar volcar toda nuestra atención en un único instrumento y seguir su melodía, dejando todos los demás en segundo plano. Un buen equipo de música debería permitirnos lograrlo sin esforzarnos demasiado, pues será capaz de discernir cada instrumento con una claridad meridiana. Por supuesto, este método no es igual de eficaz con todos los géneros musicales. Resulta muy asequible con pequeñas formaciones orquestales, y más complicado con grandes orquestas o música moderna. Pero, aun así, sigue siendo válido.
El segundo método requiere que cerremos los ojos mientras escuchamos nuestra música favorita, y que intentemos localizar la posición de todos los instrumentos que seamos capaces de reconocer en el escenario «virtual» que nuestro equipo de música presenta delante de nosotros. Una vez que lo hayamos hecho debemos intentar intuir el tamaño de ese escenario, prestando atención a la distancia que parece separar unos instrumentos de otros. Nos puede dar la sensación de tener al vocalista justo delante de nosotros, y a su derecha, cerca, el saxofón; a su izquierda, pero más lejos, el piano, y detrás, pero mucho más lejos, la percusión. Si comparamos varios discos distintos es fácil percibir que las dimensiones del escenario que nos propone cada uno de ellos son sensiblemente diferentes.
Quizás os parezcan unos métodos complejos que solo sirven para juzgar la calidad de sonido de un equipo de Alta Fidelidad, pero os aseguro que no es así. Al principio requieren esfuerzo y atención, pero después, poco a poco y sin que te des cuenta, el esfuerzo se desvanece y podemos sumergirnos plenamente en la música. Por supuesto, aunque nuestro equipo sea modesto. Probadlo. No os arrepentiréis.
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